
El caso que generó un escándalo internacional y derivó en una investigación en Italia, puso en agenda un ejemplo extremo sobre cómo la muerte en contextos de guerra puede ser explotada como una mercancía de transacción. Reflexiones sobre el genocidio concebido como un “entretenimiento”.
El mundo se vio sacudido en el transcurso de las últimas semanas al conocerse la investigación en curso sobre el mentado “safari humano” que habría tenido lugar durante el transcurso de la guerra de los Balcanes, entre inicios y mediados de la década de 1990. Se trata de una presunta operación por la cual ciudadanos italianos habrían participado de cacerías humanas, a modo de safari, en el área de Sarajevo, en el territorio de Bosnia, en el marco del histórico conflicto armado. Además del carácter cruento e inhumano que conlleva el hecho en sí mismo, la noticia vuelve a mostrar uno de los puntos más extremos de la mercantilización de la muerte y la violencia, como también del lucro en torno a procesos genocidas.
Lo que inicialmente fue la información desprendida de un documental fue el detonante que motivó al periodista e investigador Enio Gavazzeni a aportar documentación y datos sobre este fenómeno que, ahora, se convirtió en el eje de un escándalo. La justicia italiana tiene en proceso la causa contra un entramado de negocios clandestinos de élite, donde ciudadanos de sectores sociales altos accedían, a modo de “tour”, a pagar miles de euros para ser francotiradores sobre población cautiva de la guerra entre 1992 y 1996.
Según los datos trascendidos en medios de comunicación de todo el mundo, la cruda dinámica de la operación implicaba que la cacería de niños tuviera mayor “cotización” que la de adultos, en una escala de tarifas que incluía mujeres embarazadas, hombres mayores de edad o soldados. La investigación ahora es llevada por el fiscal italiano Alessandro Gobbis, quien ha recogido la denuncia de Gavazzeni. Hasta el momento, se estima que sobre la causa pesa la figura de “asesinato agravado” por “motivos abyectos”, delito que, en Italia, no prescribe. Según los avances, hay al menos cinco ciudadanos italianos ya identificados por la participación en el mentado “safari” humano.
En declaraciones recientes, Gavazzeni hizo hincapié en que el caso pone sobre la mira a ciudadanos adinerados, de sectores empresarios, “de reputación” como actores de esta presunta cadena de crímenes “por diversión”. El revuelo ocasionado ha puesto en discusión no sólo el horror de estos actos y su presunto ocultamiento hasta el presente, sino también el manto de impunidad que puede prevalecer sobre sectores de élites económicas del mundo frente a la violencia y el crimen, al punto de utilizarla como un pasatiempo comercial.
Es necesario remarcar que este hecho se enmarcó en un genocidio tal como fue la guerra de los Balcanes. El conflicto se convirtió en una muestra de la matanza entre pueblos hermanos, cuyas diferencias culturales, religiosas, históricas, profundizadas por complejidades geopolíticas llevaron al estallido de una cruenta guerra en un territorio común. Combinar la mercantilización de una práctica asesina “por diversión” con un contexto de tales dimensiones, profundiza aún más el componente deshumanizante del lucro con la muerte y la violencia.
Los conflictos armados como factor de lucro
No es la primera vez que los conflictos armados son explotados como escenarios de lucro y comercialización en torno al genocidio y la violencia. Corporaciones vinculadas al armamento y seguridad, como también contratistas de “mercenarios” a menudo aprovechan situaciones de guerra en diversas partes del mundo para instalar artillería o personal humano. Son conocidos los casos de empresas que proveen grupos de tareas de guerra a ejércitos, cuyas acciones luego se convierten en materia de controversia por vulneraciones al derecho internacional.

La deshumanización convertida en mercancía
Si bien el caso del llamado “Safari Sarajevo” generó una reacción inmediata en torno al componente criminal de asesinatos vinculados a una forma de transacción y “ocio” de carácter macabro, no es la primera vez que el lucro se manifiesta en hechos que violentan a la humanidad. Son varios los ejemplos donde el mercado y el consumo cruzan fronteras que transgreden la integridad humana, habilitado ya sea tanto por ilegalidades clandestinas, como también por deshumanizaciones legitimadas.
Fue conocido mundialmente, por caso, el ejemplo de Ota Benga, joven perteneciente a una tribu del actual territorio de la República Democrática del Congo, secuestrado en 1904 para ser “exhibido” en un zoológico en Estados Unidos. El joven fue mantenido encerrado en la jaula de los monos, como parte del “decorado” del establecimiento, donde permaneció durante años cautivo hasta que diversos reclamos lograron su liberación.
Más acá en el tiempo, en 2012 se conocieron diversos artículos mediáticos que denunciaban la situación de una tribu en las Islas Andamán, cuya integridad se veía en riesgo por el turismo. El tema tomó trascendencia tras divulgarse imágenes de un efectivo policial ordenándole a una integrante de la tribu local jarawa que “baile para los turistas”. La situación fue denunciada en su momento por la organización de derechos humanos Survival International.
Presidente de la Fundacion para la democracia


